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Hace exactamente un año que un terremoto y un tsunami casi barren a Japón del mapa. 20.000 personas muertas o desparecidas dejaron paso a un drama nuclear que algunos aprovechan para estirarlo al máximo. Hoy la prensa nacional y mundial, con sus enviados especiales a la cabeza, procuran recordar lo que no ocurrió: que un reactor nuclear pudo haber explotado. De los muertos y desaparecidos también se habla pero siempre detrás de lo nuclear, que tras el fútbol y la política, ha sido lo más visto y leído en estos últimos 366 días. Para ayudar a tragarse el filete se adjuntan fotos de pueblos abandonados, carreteras vacías y restos del naufragio. Pero la verdad sigue siendo imperturbable: el supuesto drama de Fukushima es inmensamente menor al tsunami que se llevo a 20.000 personas para siempre. Que estamos tan acostumbrados a los desastres naturales que algunos desearían, por encima de todas las cosas, que mañana mismo reventará la central para poder contar, con textos y fotografías, como unos tipos normales pasaron de la noche a la mañana a ser verdosos y deformados.

Mientras el cumpleaños del drama japonés sigue abriendo portadas y en bastantes casos, rellenando las secciones de internacional, nadie ha caído en la cuenta de otra sonora efeméride, que aún marcada a rojo en los calendarios, ha sido obviada para indignidad del ser humano. Tal día como ayer, el 10 de marzo pero de 1959, o sea, hace 53 años, comenzó el levantamiento del pueblo tibetano contra la invasión ‘han’. Miles de muertos, de desaparecidos y una ola de odio que en este 2012, ha cogido una altura considerable gracias a la treintena de inmolaciones de monjes tibetano que hartos de tanta represión china, intentan llamar la atención de periodistas y reporteros gráficos, muy poco interesados en llegar hacia esas provincias chinas (Tíbet, Gansu y Sichuan) donde hay más cosas que contar que en Japón.

Tras esa revuelta fallida Tensin Gyatso, actual Dalai Lama, se cruzó la cordillera del Himalaya para dejar atrás por el resto de sus días a su querido Tíbet. Hoy, 53 años después, no hay político en todo el mundo capaz de darle la palabra al representante de ese pueblo. Las razones: estamos en manos de China y nadie quiere dar el primer paso. Por eso esos pobres desgraciados han llegado a tan triste conclusión: o ardemos en llamas o acabaremos picando piedra en cualquier campo de reeducación mientras el Tíbet se consume.

Restan 365 días para que se cumpla el segundo aniversario del desastre de Japón. 365 días en donde dudo mucho se vayan a generar noticias suficientes como para que tengamos que leer otra vez lo que fue y lo que no pudo ser. Sin embargo, apuesto mi cabeza a que en este próximo año no serán menos de cien los tibetanos fallecidos aparte de miles los encarcelados y desaparecidos. Que no sé por qué nunca pueden ser noticia. La excusa china –prohibir la entrada de periodistas a la zona- no debería ser más que un acicate para que en manadas los reporteros cruzaran la línea roja. El periódico en papel ya está prácticamente sentenciado a muerte. Pero si esto sigue así las ediciones de internet de los mismos dejarán de ser la brújula informativa de ningún lector, que preferirá obviarlas por prescripción médica. Porque el amarillismo oculta la actualidad.

@JoaquinCamposR (Twitter)


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