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The Walking Dead

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@AChinchillaRico

@AChinchillaRico

Coinciden en el tiempo el creciente éxito de la emisión y continua producción de la teleserie –americana: ¿o es que la esperaban patria?– ‘The Walking Dead’, con la ‘Marcha por la Dignidad’, una clásica manifestación ibérica –no diga ‘española’ que se asociará al fascismo más perpetuo– recubierta de abundante progresía y de un mortífero autoritarismo: ¿acaso no soy yo más digno que la mayoría de los que ayer inundaron las calles de Madrid por haber salido hace ya casi una década de un país metáfora del cesto de manzanas, en donde en vez de una podrida sólo hay una sana?

Los datos arrojan una desproporción hilarante, propias de democracias como la nuestra, donde las gentes que no saben leer, escribir, hablar, viajar, comer y comportarse, sí se creen con la capacidad de manifestarse en orgía de golpes. Repito, los resultados, algo desproporcionados: 101 heridos, de los que 67 eran policías y 34 civiles. Luego los propios policías golpeados sólo detuvieron a 29, demostrándose que en España, a veces, es mucho más importante un libro y una dictadura que una tele de plasma y una democracia.

La dignidad que cree promover el ciudadano español, se sienta o no español, sigue a años luz de la que proyectan sus mismos compatriotas que sí son capaces de trabajar o crear empleo en estos tiempo difíciles, además de los que se van para no tenerse que ver en la extraña obligación de un manifestante que parece ser tiene manga ancha para lanzar adoquines contra nuestras fuerzas del orden en nombre del desempleo y los recortes. De hecho yo sólo expondría la violencia –y nada de adoquines: directamente amonal– contra los que trincan del dinero público. España, cada día más cerca de Venezuela y Argentina; que al paso que vamos lo mejor sería no pedirles visado a los nacionales de los países recién citados para que puedan pasearse por una España a la que dentro de muy poco no le van a quedar ni ‘adolfos-suárez’ a los que poder agarrarse.

Y esa dignidad de los mismos catetos que embadurnan con pegatinas y papelajos la estatua de Velázquez sita frente al Mueso del Prado –que observando sus actitudes deben pensar que tan maravillosa pinacoteca es uno de los numerosos cuarteles generales del mundo facha– no es nada, o menos que la nada, si la tuviéramos que comparar con los cientos de tibetanos que en estos días se manifiestan en el condado de Sangchu (Xiahe en mandarín), prefectura de Kanhlo, provincia de Gansu. Porque para los ‘Walking Dead’ ibéricos que ayer enturbiaron el Paseo del Prado y sus alrededores, haber realizado una vigésima parte de las cosas que hicieron en suelo chino les habría costado su vida, o con mucha buena suerte, la cárcel para siempre sin juicio justo ni abogado, ni apelación ni prensa ni internet dispuesta a difundir la tropelía.

Las quejas de los tibetanos –no son pocos los parias occidentales que residiendo en suelo chino, incluidos periodistas y diplomáticos, hablan continuamente del ‘progreso’ que ha generado Pekín en Tíbet– se basan en realidades irrefutables: construcción de mastodónticas carreteras sin sentido que sólo dan trabajo a chinos de etnia ‘han’, destrucción del medio ambiente como hasta ahora nunca se había visto mediante la extracción de oro de unas minas que en Occidente serían ilegales donde sólo trabajan –y caen como moscas– trabajadores de la misma etnia –la ‘han’–, expropiación de tierras de cultivo a ciudadanos tibetanos por medio de la violencia más perversa con el consentimiento de todos aquellos que pueden abrir la boca y denunciarlo pero no lo hacen, y la última: los tibetanos ven morir a su ganado –en muchísimos casos su única manera de ganarse la vida– porque las tierras algo fértiles que quedaban están siendo transformadas en cemento y asfalto además de que la contaminación insondable traspasa reservas acuíferas y los escasos pastos que aún quedan.

China como el ejemplo del mundo que viene, Tíbet como prototipo del final de una cultura –y si no detienen la masacre también caerá la etnia entera–, España como modelo de lo que no debe ser una democracia, y ‘The Walking Dead’ como metáfora de todo ello.


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